Kevin Luis Ricci Jara[1]
La narración oficial de la historia de una
nación coloca en un segundo lugar a los eventos locales que, a pesar de no ser
aislados, presentan particularidades que repercuten en la memoria de los hombres
que vivieron y lo transmitieron mediante hazañas o hitos que fortalecen su
identidad comunal.
Luego de 11 años de gobierno, el presidente Augusto
B. Leguía fue derrocado el 22 de agosto de 1930 por un golpe de estado dirigido
por Luis M. Sánchez Cerro. El comandante presidió la Junta de Gobierno hasta
marzo de 1931, dejando el cargo luego de estallar algunas sublevaciones en el país,
como las sucedidas en la Fortaleza del Real Felipe, y en las regiones del norte
y sur, Piura y Arequipa respectivamente. A pesar de su aparatosa salida,
polémica actividad y atormentada personalidad, Luis M. Sánchez Cerro decidió presentarse
a las elecciones convocadas para el mes de octubre del mismo año.
La contienda electoral tuvo como principales personajes,
por un lado, al comandante Sánchez Cerro, jefe de la Unión Revolucionaria y,
por el otro, a Víctor Raúl Haya de la Torre, líder del APRA. Desde el inicio,
estas elecciones fueron marcadas por una pesada tensión entre ambos grupos políticos.
Con el resultado controversial del 11 de octubre, seguido de dos meses, se
instaló el Comandante –de manera constitucional– en la silla
presidencial del Perú. Su primera medida gubernativa fue la aprobación de la Ley
de Emergencia, que legitimaba la persecución de los apristas y la clausura
de sus locales y prensa escrita.
En la comunidad de Pariamarca (situada en la
provincia de Canta, departamento de Lima), se encuentra una cruz de metal en
cuya base se lee la siguiente dedicatoria: “A la gloriosa memoria de los caídos
en la masacre del 28 de octubre de 1931 en su 50 aniversario”[2].
Se sabe que en dicho año, un 23 de octubre, la comunidad escribiría las líneas
más tristes de su historia, llamado por muchos: la “masacre de Pariamarca”.
Para explicar este episodio triste
utilizaremos la narración de Jesús Chaupis Otárola[3],
la más cercana a la contada por parientes oriundos de dicha comunidad. Durante
el desarrollo de la fiesta Patronal del año 1931, el señor Feijo, Subprefecto, negó
a los pobladores la realización de la tradicional corrida de toros; celebración
que se llevó a cabo a pesar de la prohibición. El panorama de tensión al inicio
del gobierno de Luis Sánchez Cerro, fue el pretexto suficiente para que el
Subprefecto acusara a la comunidad de rebelde y simpatizante al aprismo. Permitiéndole
reprimir a los comuneros, dejando como costo 14 muertos y 35 heridos; más el encarcelamiento
de apristas, como el caso de los profesores Fabián Vadillo y Edilberto Huamán,
en el Frontón, por tres y dos años, respectivamente. Asimismo, Cornelio Ricci
fue recluido en la Penitenciaria por dos años.
Foto 1. Cruz de hierro forjado en recuerdo de la masacre.
La relación del APRA y la comunidad de
Pariamarca se fortalecieron con la llegada de Víctor Raúl Haya de la Torre en
1949, quien se refugió en la casa de Fabián Vadillo durante la dictadura de Odría
(ver Foto 2). Le siguieron varios visitantes apristas como Luis Alberto
Sánchez, Armando Villanueva del Campo, Andrés Townsend Escurra, Luis Heysen,
Luis Negreiros Vega, Garrido Malaver y Luis Rodríguez Vildosala. En aquellos
años, la comunidad de Pariamarca fue tan importante para el APRA, que, incluso,
el líder aprista en una de sus exposiciones dadas en la Plaza llamó a esta comunidad
como su segundo pueblo, su “Trujillo Chico”.
Foto 2. Casa de campo donde se refugió Víctor Raúl Haya
de la Torre.
Debido a esta estrecha relación entre la
comunidad de Pariamarca y el partido APRISTA, básicamente por su fundador, que
en el año 2009 durante el segundo gobierno de Alan García y en el marco de la
celebración del 114 aniversario del nacimiento de Haya de la Torre, se develó
el busto de aquel personaje en la Plaza de Armas, que en la actualidad se
encuentra descuidada y cuya placa no se tiene noticias de su ubicación.
Foto 3. Busto de Víctor Raúl Haya de la Torre en la plaza
de Pariamarca.
Estas líneas es una corta presentación de una
historia más extensa y compleja que la literatura seguramente ya tiene
descrita, pero que para el autor no ha sido posible ubicar, sobre la cual
estaría muy agradecido que se pudiera compartir.
Por último, recordemos que la memoria es el
alimento de las generaciones y la fortaleza de la identidad, si ésta se pierde;
los monumentos –como los mencionados anteriormente– no tendrán quién los cuente ni personas que lo
valoren.
TEXTOS DE REFERENCIA:
Thorndike, Guillermo (1980). El año de la barbarie. Perú 1932. Lima: Mosca
Azul Editores. Quinta edición.
Vásquez, Emma (2013). “La Revolución Aprista
de Trujillo. Impacto en la sociedad Trujillana: 1932”, Historia y Región, Año I, N° 1: 131-150.
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